Mal
que bien, treinta años después de la muerte de Franco, y casi tres cuartos de siglo
después del fin de nuestra última guerra civil, los rescoldos de aquella
contienda y de lo que le siguió estaban prácticamente apagados. Y entonces
llegó un pirómano sectario e irresponsable que echó gasolina a esos rescoldos,
y lo que eran ascuas moribundas se avivaron, de modo que la amenaza de acabar
todos carbonizados de nuevo resurgió.
Gracias
a miembros de la judicatura más pendientes de su propia gloria y sus
orientaciones ideológicas que de cumplir el mandato constitucional de guardar y
hacer guardar el ordenamiento jurídico, la hoguera se avivó todavía más, dando
alas a los anhelos, legítimos pero difícilmente realizables, de los
descendientes de (parte de) aquellos que sufrieron la guerra y la posguerra.
Así,
un juzgado autorizó el mes pasado a exhumar dos cuerpos del Valle de los Caídos. O a intentarlo, más bien, porque lo más seguro es que esos restos no se
encuentren en la gran basílica de Cuelgamuros y que, de estar, sería imposible encontrarlos.
Porque
no sería como buscar una aguja en un pajar: sería como buscar una aguja hecha
añicos en un montón de agujas también hechas añicos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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