La
pobreza imaginativa del Hollywood actual (que es el tipo de películas que
generalmente consumo cada semana) es espantosa. Todo son continuaciones, remakes, versiones… En algunos casos no
importa, y hasta se agradece. En otros, debería estar prohibido.
Tomemos
dos casos recientes, Cazafantasmas y Ben-Hur. La primera actualiza (podríamos
decir que feministiza) un simple
producto de entretenimiento de hace treinta años, una película que fue un éxito
de taquilla (y su secuela también) pero que nadie se atrevería a colocar entre
las ¿diez, cien, mil? mejores películas de la historia. Incluso tiene su gracia
que los actores (sobrevivientes) que encarnaron a los protagonistas de la misma
hagan unas pequeñas apariciones (lo que se suele llamar cameos) a modo de
homenaje. Que hagan una nueva versión puede llegar a agradecerse, teniendo en
cuenta el paso de gigante que han dado los efectos especiales en el tiempo transcurrido.
La nueva
versión de la novela de Lewis Wallace es otra cosa. La película que se hizo
hace medio siglo no fue la primera (de hecho, fue la tercera), pero sí debería
haber sido la última (la versión en dibujos animados no cuenta). Es indudable
que tenía sus fallos y aspectos mejorables (eso de un galés encarnando a un
jeque árabe… en fin, vamos a dejarlo), pero el resultado final produjo lo que
se llama un peliculón. De hecho, el
número de óscares que consiguió no ha sido superado (sí igualado, y dos veces,
pero básicamente gracias a aspectos técnicos, no artísticos), y el personaje
del príncipe judío es, sin lugar a dudas, uno de aquellos con los que se
identifica a Charlton Heston (podrían disputarle el puesto el Moisés de Los diez mandamientos y el astronauta de
El planeta de los simios). Cualquier nueva
versión sería indudablemente comparada con la de los años cincuenta… y
perdería.
Ni que
decir tiene que he visto Cazafantasmas…
y que no tengo intención de ver Ben-Hur,
por mucho que aparezca Morgan Freeman (posiblemente, lo único en lo que supera
a su predecesora).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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