He
de confesar que me equivoqué. Quizá fuera mi desconfianza en la decencia de los
políticos en general y los de izquierdas en particular; puede que fuera mi
inveterada tendencia inconsciente a ser pesimista para así no sufrir
decepciones. El caso es que no pensaba que los socialistas tuvieran los redaños
suficientes para, al menos, intentar decapitar (orgánicamente hablando) a su
secretario general, que les lleva de cabeza al precipicio electoral.
Y resulta
que los tuvieron, y dimitieron los miembros suficientes (ni uno más, pero
tampoco ni uno menos) de la ejecutiva para forzar la dimisión del secretario
general. Sólo que éste, con más tozudez que inteligencia –Pedro Sánchez es el
ejemplo perfecto del erial intelectual en que el paso de Rodríguez por el PSOE
ha convertido al partido- ha decidido atrincherarse y ha apelado a los
militantes (o a los mil y un tontos, quién sabe) para convocar un congreso
extraordinario.
En cuanto a los partidos que se encuentran a su derecha y a su
izquierda, Rivera se alegra de la caída de Sánchez e Iglesias –fiel a su estilo
grandielocuente- dice que es un golpe de régimen y un fraude democrático.
Francamente, desde el caso de Margaret Thatcher (y ya quisiera Sin vocales llegarle siquiera a la suela del zapato), no recuerdo ningún caso en que los miembros de un partido se revuelvan contra su líder.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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