El
problema de aplicar a la cúpula fundadora dirigente neocom el título de la famosa película de Sergio Leone es que –dejando
aparte el hecho de que ninguno de ellos resulta particularmente agraciado
físicamente- el único papel que estaba claro era el de bueno, que iría a parar
al becario ubicuo. Vale, bueno bueno no es, pero sería el menos malo de los
tres, como el personaje de Clint Eastwood, que no era precisamente un ángel,
pero por comparación con los de Eli Wallach y Lee van Cleef casi lo parecía.
Los
papeles de feo y malo estaban más disputados. No porque los otros dos elementos
no fueran feos y malos, sino porque el más feo era también el más malo. Despachado
el economista coñazo, quedaron para el Chepas
los dos calificativos, pudiendo renombrarse la película como El bueno y el feo que es malo. O, visto
lo visto, El tonto y el feo que es malo.
Porque
sólo cabe calificar de estulto a alguien que dice que en Venezuela se respetan los derechos y libertades de la oposición y que sus habitantes hacen tres
comidas al día. Luego se mete en la
clásica jeringoza retroprogre, diciendo
cosas como que el proceso político en
Venezuela ha conseguido inmensos avances en una transformación de sentido
socialista, inequívocamente democrática (vamos a pasar por alto el
flagrante oxímoron), donde se respetan
los derechos y libertades de la oposición.
Cuando
se le exponen los hechos palmarios (como que en Venezuela la población ha
bajado alrededor de 10 kilos en promedio en los últimos años), el becario
ubicuo rechaza la cifra diciendo yo ese
dato no lo tengo. No los he visto publicados en ningún sitio.
Renuncio
a reproducir el resto de sandeces malvadas que farfulla este elemento y
concluyo rebautizando la película como El
malo, el peor y el pésimo. Dejo a criterio de mis lectores la asignación de
papeles.
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