Hace
ochenta años, la izquierda antidemocrática perdió la guerra civil española. Francisco
Franco se convirtió en Jefe del Estado y permaneció en el puesto casi cuatro
décadas, muriendo anciano y en la cama (de muerte natural, como suele decirse).
A su muerte, vencedores y vencidos de la guerra civil hicieron (en su mayor
parte) un esfuerzo de reconciliación para pasar página y mirar adelante.
Treinta
años después de la muerte de Franco, un miserable empezó a reabrir heridas que
habían permanecido cerradas, promulgando leyes inicuas y avivando los fuegos
del odio y el resentimiento (sarcásticamente, muchos de los que contribuían a
alimentar la hoguera del rencor eran hijos, no de los vencidos, sino de los
vencedores).
Lustro
y medio después de que el miserable abandonara el poder, otro miserable con más
ambición y menos escrúpulos decidió forzar las cosas un poco más, y anunció su
propósito de exhumar los restos mortales (me hace gracia que teóricos ateos
empleen esa expresión, pues implica que hay una parte del hombre que no es
mortal) del Generalísimo del lugar donde llevan reposando casi medio siglo.
Ese
miserable estulto, como en casi todo, funcionó (y sigue haciéndolo) en esto a
golpe de improvisación, y así le va. La familia del Caudillo se ha opuesto
desde el principio a los propósitos gubernamentales; cuando les han pedido que
propusieran un lugar alternativo de enterramiento, han indicado el lugar donde
reposan los restos de su hija y de su yerno… la cripta de la Catedral de la
Almudena, en pleno centro de Madrid y a tiro de piedra de la Plaza de Oriente, donde
tantas aclamaciones recibió el que fuera general más joven de Europa.
La
vicepresidente del estulto miserable, una doctora en Derecho que acostumbraba a
hablar en bragas por teléfono con sus interlocutores (la egabrense dixit) y que
de Hacienda Pública sabe tanto como de física cuántica (es decir, menos que
nada) ha dicho que obviamente, Franco no puede ser enterrado en la Almudena porque podría
convertirse en un nuevo lugar de enaltecimiento del dictador (no dirán que no les avisé).
Buscando forzar la mano de la Iglesia (para
exhumar al Caudillo hace falta el permiso de la familia, pero también de la
Iglesia Católica, puesto que está enterrado en un templo), la doctora indocta
viajó al Vaticano (saltándose el protocolo en el vestir, como es costumbre) y
al terminar la entrevista con el dignatario que le asignaron (compadezco al
pobre hombre) afirmó que habían hablado sobre el entierro en la Almudena y se
había llegado a un acuerdo.
Como se coge antes a un mentiroso que a un
cojo, aunque el cojo sea mujer y de Cabra, el Vaticano desmintió al gobierno
del dctr Snchz en los dos puntos: en ningún momento se habló sobre el entierro en la Almudena y el acuerdo para enterrar a Franco no existe.
Buscando
forzar la mano de una institución bimilenaria que ha sobrevivido, literalmente,
a todo, el Gobierno amenazó a la Iglesia con impedir el traslado de Franco a La
Almudena, intentando negar el ridículo tras el desmentido expreso del Vaticano.
¿Cómo? Mandando a la egabrense a ratificar que el acuerdo para impedir el
traslado a la Almudena es así.
Mientras
el gbrn confiaba en que el Sumo
Pontífice evitara la inhumación de Franco en la catedral madrileña (como si el
Santo Padre no tuviera cosas más importantes de las que ocuparse), el obispo de
Gerona (ya se sabe que los sacerdotes catalanes, sea cual sea su jerarquía,
suelen ser etimológicamente no católicos) intervino diciendo que Franco no debe ser enterrado en una basílica.
Dejando aparte que llega cuatro décadas largas tarde, la Almudena no es una
basílica es una catedral.
Y
esa intervención no le sirve de nada, porque violando casi todas las leyes
humanas (y algunas de las divinas), Sin
vocales anunció que quería cerrar por ley los lugares públicos donde se exalte el franquismo (del comunismo no dice nada, aunque haya causado muchos
más muertos durante mucho más tiempo… quizá porque lo necesita para mantenerse
en la poltrona), incluida la catedral de la Almudena. Y hasta ahora.
Es
decir, que la linde se acaba y el tonto sigue.
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