Hace cuatro meses comenté la noticia de que una revista científica había publicado
un estudio que consideraba como violación el comportamiento de los perros que
pasean en los parques. Mi conclusión vino a ser que tan idiotas se habían
vuelto los que habían perpetrado semejante estudio
como aquellos otros que lo habían publicado.
Ahora
resulta que los idiotas sólo se encontraban en uno de los lados, el de las
revistas precisamente científicas. Los autores del artículo de marras, operando
bajo un pseudónimo colectivo, lo único que pretendían era denunciar la
corrupción en los estudios de género, sexualidad y raza. Y a fe que lo
consiguieron, porque, como dice el artículo, colaron trabajos que afirmaban que si un hombre se masturba pensando en una
mujer sin que ésta lo sepa se trata de violación; o que dentro de los estudios
de astronomía debía incluirse la astrología feminista y queer; que los hombres que se masturbaran mediante penetración anal
serían más feministas y menos tránsfobos; o, finalmente, que los estudiantes
blancos no debían tener derecho a hablar en clase y debían quedarse tumbados y
encadenados. Cómo serían las cosas que llegaron a reescribir un capítulo del
hitleriano Mi lucha en términos
feministas, que fue aceptado para su publicación.
Queda
la duda de si esas revistas presuntamente científicas aceptarían también un
capítulo de El capital reescrito en
clave machista, o si la disyuntiva les provocaría a los editores un colapso intracraneal
(asumir que tienen cerebro es llevar las cosas demasiado lejos).
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