La
corrección política, el buenrrollismo, la alianza de civilizaciones y demás
pamemas retroprogres están criando a unas generaciones que, de puro
gilipoyescas, provocan alternativamente risa y lástima.
Ejemplo
bastante palmario es la nueva hornada de triunfitos.
El programa Operación triunfo, en sus
sucesivas ediciones, ha ido mereciendo cada vez más el mote de Operación Truño. Hace cosa de un mes
saltó la noticia de que algunos de los participantes, a la hora de cantar una
canción del grupo Mecano, pretendían cambiar en un verso la palabra mariconez por gilipoyez. Afortudamente, Ana Torroja, cantente del grupo, puso
pies en pared y se negó, lo mismo que el compositor del tema, José María Cano. Y
los cantontos del concurso tuvieron
que resignarse y cantar lo que estaba escrito, a pesar de las palmaditas en la
espalda de una de las no-sé-cómo-llamarla del programa, que les agradeció el hacer
que se replanteara la letra con el paso del tiempo y que se cuestionara su visión de la canción.
Por
emplear palabras sencillas que hasta estos chocholos puedan entender, una
gilipoyez, por no emplear un término más serio, es querer cambiar el contenido
de una obra de arte, sea con el permiso del autor o sin él. Una gilipoyez, por
no emplear un término más serio, es interpretar los sucesos del pasado –históricos,
culturales, artísticos- en función de los postulados del presente. Y una
gilipoyez, por no emplear un término más serio, es querer que los demás
comulguen con semejantes sandeces.
A
propósito. Ese término más serio es el de censura. Que fuera autocensura sólo lo
haría más lamentable aún.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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