Para
tener opciones reales de gobierno –es decir, de alcanzar la mayoría absoluta o
algo muy próximo a la misma, puesto que la política española suele ser, en el
último cuarto de siglo, un todos contra
el PP-, el Partido Popular debe reunir dos características: aglutinar todo
lo posible el espectro político a la derecha del PSOE, y dejarse de complejos
ideológicos.
Lo
primero lo consiguió entre finales de los ochenta y principios de los noventa,
y llevó a las dos victorias consecutivas de José María Aznar, la segunda con
mayoría absoluta. Pero la cruz de ser unos maricomplejines
no se la ha sacudido nunca. Bien es cierto que el aznarato supuso una mejora con respecto al mandato de Fraga
Iribarne, que parecía contentarse (o resignarse) con ser jefe de la oposición;
pero frases como la de hablar catalán en
la intimidad, sobre ser completamente inverosímiles, denotaban un peaje que
se estaba dispuesto a pagar (o, dicho de otra manera, se prefirió el tener
barcos sin honra antes que honra sin barcos).
El
rajoyismo supuso un ahondamiento de
ese maricomplejinismo que parece
atenazar a la derecha española (que hasta se avergüenza de reconocerse como tal
derecha y se proclama centro reformista
y pamemas semejantes). Acusado de guerracivilista
por el responsable último –a mi entender- de todos los males de España del
último medio siglo, reaccionaron vetando sus medios de comunicación; pero el poder fáctico fácilmente reconocible era
demasiado poder y prefirieron claudicar (de nuevo se prefirieron los barcos a
la honra).
Ese
periodo, además, propició que surgieran y crecieran dos formaciones políticas,
una a la derecha y otra a la izquierda, que disputaban al PP el caladero
electoral y que, por pura aritmética de sufragios, disminuían sus posibilidades
de alcanzar el poder. De haber triunfado Triple
S en las primarias del pasado verano, es previsible que la postura hubiera
continuado siendo la misma; de haber triunfado su íntima enemiga, ahora mismo tendríamos a la líder de la oposición
pringada con las cloacas del Estado.
Pero
triunfó el tercero en discordia, y casi lo primero que hizo fue recuperar a
Aznar (bestia negra de la izmierda)
como uno de los referentes ideológicos del partido. Lo segundo, empezar a decir
las cosas claras, como que la educación en Andalucía es un desastre sin
paliativos (bueno, la educación y todo lo que tenga que ver con la política de
la Junta). Ante las críticas de algunos barones regionales que pedían moderación, Casado dejó claro que no pensaba cambiar su discurso porque tenían que seguir en su sitio. Según Génova,
de sus sondeos se desprende que Casado está conectando con aquellos que se
fueron a C’s o VOX.
Ergo
van por buen camino…
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