Con los presidentes del consejo de
gobierno de la comunidad autónoma catalana pasa lo mismo que con los
secretarios generales de los socialistas: cuando crees que no se puede hacer
peor, llega el siguiente y hace que su predecesor parezca, por comparación, un
estadista de talla mundial.
Repasemos: a Polluelo le sucedió Maragall, a éste Montilla, a éste Arturito Menos, que a su vez fue seguido
de Cocomocho antes de que llegara Chistorra. Dejando aparte que uno
tiembla al pensar en el siguiente, la sucesión es verdaderamente escalofriante:
pocas veces se habrá visto mayor sucesión de inútiles con talla política y
moral más descendente (aunque en esto último, el patriarca de los Pujolone da sopas con honda a todos los
demás reunidos).
Haciendo uso de lo que llaman la mejor parte del valor, el del peinado
inefable salió por piernas (o por ruedas) cuando vio que se cernía sobre él la
posibilidad de pasar una temporada a la sombra. Desde el lugar en que uno de los más grandes genios militares de todos los tiempos halló su derrota definitiva,
el pintoresco sujeto no para de lanzar soflamas y consignas, aunque pocos fuera
de su círculo más próximo le tomen en serio.
En lo que tampoco ceja es en su
desfachatez, su cara dura, su jeta de cemento armado. Como no es tonto (al
menos, no del todo), sigue descartando regresar a España y pretende ser eurodiputado sin jurar la Constitución. No es que tenga importancia –ya la ha prometido antes, y
ha dado sobradas muestras del nulo valor que tiene su palabra-, pero esa
insignificante formalidad parece ser un requisito sine qua non para adquirir la calidad de parlamentario europeo de
la que pretende disfrutar.
Pues que no vuelva. No se le echa de
menos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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