La historia de la literatura está llena
de obras en las que se entregan los mandos de una sociedad a los más jóvenes,
incluso a niños. Por lo general, las cosas nunca acaban bien. Así, a bote
pronto, se me ocurren dos: El señor de las moscas (que no he leído) y La fuga de Logan (que sí he leído).
De un tiempo a esta parte se da mucha
cancha a las asambleas infantiles, alabando lo atinado de sus propuestas. Se supone
que, por ser niños, no están maleados por la vida y, por lo tanto, sus
iniciativas no tendrán sesgo ideológico alguno.
Recientemente ha saltado a la palestra
una tal Greta Thunberg, una adolescente que abandera la lucha contra el
sedicente cambio climático y a que el pijiprogrerío
internacional poco menos que ha elevado a los altares (laicos).
Sin embargo, vamos a pensar que por
ignorancia (a los dieciséis años, aunque se piense que se sabe todo, se ignoran
todavía muchas cosas), las propuestas de la gentil Greta guardan una peligrosa
concordancia con las del ecologismo sandía. Digo peligrosa porque si algo ha demostrado la Historia es que la
izquierda ignora cualquier cosa sobre la creación de riqueza; en cuanto a su
reparto, su doctrina podría resumirse en el conocido refrán quien parte y reparte se lleva la mejor
parte… siendo ellos los que parten y reparten, por supueso.
En resumen: que si las iniciativas de
la señorita Thunberg salieran adelante, los españoles –que son los que me
pillan más cerca, básicamente porque estoy entre ellos- pagarían un impuestazo de sesenta mil millones de euros al año.
Mejor que se dedique a estudiar…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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