Cuando leí el titular de que Holanda practica la eutanasia a una menor de edad que sufría depresión, lo primero que sentí fue un escalofrío. Sentí miedo
por el nivel de deshumanización que está alcanzando el mundo en general, y la
civilización occidental, teóricamente cristiana, en particular.
En principio, la vida es lo más
precioso que tenemos. Todo lo demás –salud, dinero, amor, familia- viene
después, porque lo que no está vivo no es, no siente, no padece. Pero el
nihilismo imperante hace que ya no existan absolutos, ni siquiera el del
respeto a la vida humana. Y si el aborto es un derecho, el asesinato en el extremo opuesto –la llamada eutanasia,
aunque ¿qué tiene de bueno la muerte,
cualquier muerte?- también pasa a serlo.
Porque lo que ha tenido lugar en
Holanda no ha sido una eutanasia: ha sido un suicidio, y punto. Y un suicidio
por hambre y sed, con lo que el sufrimiento se ha dilatado en el tiempo (sólo a
un masoquista eso le puede parecer bueno). Leído el artículo, se puede comprobar
que esta pobre chica sufrió una vida bastante desgraciada, y que su depresión
estaba más que justificada.
Pero de la depresión cabe de la
posibilidad de salir. De la muerte, salvo que te llames Lázaro, seas hija de
Jairo o hijo de una viuda de Naín (o salvo que seas el Hijo de Dios), no.
En cuanto a la familia de la suicida…
mejor no hablamos.
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