Esta era una frase que repetía bastante
mi madre. Evidentemente, no pretendo atribuirle a ella la autoría, pero es una
de esas afirmaciones que la realidad se encarga de confirmar, vez tras vez.
En la política española –y más en la
reciente-, pocas ideologías estarán más trufadas de ignorantes que las de
izquierda, tanto más cuanto más a la izquierda se hallen. El rodrigato convirtió a los de la mano y
el capullo en un páramo intelectual, y así están los cuadros directivos
actuales, repletos de indocumentados copiatesis.
La cosa tiene más delito –o resulta más
graciosa, depende de cómo se mire- entre los neocom. Muchos tienen carreras universitarias, doctorados, han sido
profesores (aunque alguno por ahí, al Sur de la península, no haya ejercido
apenas), tertulianos, opinadores (aunque en eso no hay mérito: junta a dos
españoles y tendrás, al menos, tres opiniones de lo que sea), e incluso
asesores internacionales.
A pesar de ello, tan pronto citan mal la obra de uno de los filósofos europeos más importantes como son incapaces de pronunciar correctamente el nombre –hay que reconocer que tiene su
complicación, la verdad- de una gran empresa consultora internacional. O, más
recientemente, demuestran que lo único que tienen claro (pero nada más) en
materia de impuestos es que están decididos a subirlos (es de suponer que a
todos menos a ellos mismos).
Dice la noticia que el becario ubicuo
miente, pero no estoy en absoluto de acuerdo: mentir es decir intencionadamente
algo falso, y para eso es necesario saber de lo que se habla. Dado que el
ignaro no tiene ni repajolera idea lo que hace, en el mejor de los casos, es
columpiarse.
O, como le diría yo a uno de mis
hermanos: ¿Lo ves, bro'? Así es como uno NO se
marca un farol.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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