Los partidos políticos, sean de la
ideología que sean, tienen a mantenerse cohesionados sólo en dos situaciones:
cuando aspiran a alcanzar el poder, o cuando lo han alcanzado y quieres
conservarlo. Y es que el poder, o el ansia del mismo, es uno de los
aglutinantes más poderosos que existen; tanto, que ríase usted del
cianocrilato, o como se diga (pues se dice así… y lo dije bien a la primera).
En los partidos de izquierdas, sin
embargo, las purgas son mucho más virulentas, tanto en el ascenso hacia la cima
como en el despeñamiento hacia el abismo. Y poco importan las credenciales del
crítico o del criticado, todos se sienten legitimados para hacer leña del árbol
caído.
Tomemos el caso de los neocom: tras su fulgurante irrupción en
la vida política española, los que tienen entre las orejas algo más que serrín
se han dado cuenta de dos cosas: que su inepcia para gestionar es de
dimensiones cósmicas, y que no son más que el mismo lobo de siempre, con una
piel de cordero diferente: los comunistas, esos sujetos que predican el reparto
de la riqueza… de los demás.
A lo que iba: en las últimas elecciones
celebradas en España –europeas, nacionales, regionales y municipales-, el
consenso es que el Chepas y su tropa
se han pegado un batacazo de los que causan impresión. Como el de la coleta
tampoco es que vaya despertando simpatías por ahí, enseguida se ha empezado a
escuchar el ruido de los cuchillos afilándose. El primero en abrir fuego –ya sé
que abrir fuego y cuchillo no casan bien juntos- fue Ramón
Espinar: ese defenestrado por la parejita
feliz, hijo de un imputado en el caso de las tarjetas black, receptor dudoso de una vivienda de protección
oficial y vendedor fraudulento de la misma, que pide un nuevo liderazgo.
Como de costumbre, un comunista no
coincide con la verdad ni por equivocación: cuando dice que Podemos tiene futuro, pero los Iglesias
Montero no, falla dos veces. Porque el futuro de los neocom se ve de color culo de hormiga, mientras que el de sus
cohabitantes dirigentes, bien apoltronados, luce esplendoroso, al menos en lo
material.
Y mientras, los futuros padres de
familia numerosa (¡pero que concepto tan facha!) despachan el asunto diciendo
que es la opinión de un militante. Veréis
cuando hablen los mil y un tontos…
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