Los liberticidas de toda laya –sean terroristas,
secesionistas o izquierdistas- suelen tener la piel muy fina. No muestran la
más mínima conmiseración cuando los que sufren son los adversarios ideológicos,
pero si se les aplica la misma medicina, siquiera en una dosis más leve,
entonces ¡ay, amigo!, los pelos se les ponen como escarpias y aúllan
desconsolados, presas de un sufrimiento intolerable. Metafóricamente hablando,
claro, excepto en lo de que no toleran el sufrimiento.
Cuando la bruja Piruja no era más que una antisistema profesional, se
dedicaba a acosar a todos aquellos que no gozaban de sus simpatías. Era miembro
destacado de la sedicente plataforma de afectados por la hipoteca. A pesar de
que la PAH se considera un movimiento horizontal, no violento, asambleario y
apartidista, resulta bastante curioso (atención, lectores: estoy siendo
sarcástico) que la mayor parte de sus actividades, como las de perroflautas,
indignados y demás patulea neoprogre,
se dirija contra lo que podríamos llamar la
derecha y el capital.
Pero ahora, Colau es miembro de la
casta dirigente. Ahora, hay gente que no está de acuerdo con sus decisiones. Ahora,
hay gente que le hace escraches a ella.
Ahora, es ella la que llora por ser insultada. Ahora, es ella la que dice que llora porque piensa en sus hijos.
La verdad, yo también lloraría, si mis
hijos tuvieran una madre tan impresentable como ella.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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