Dejemos
las cosas claras: el llamado lenguaje
inclusivo debería ser llamado, en puridad, lenguaje excluyente. Pero claro, qué otra cosa cabe esperar de una
pandilla de iletrados como los que lo propugnan.
Me
explico. Como la Real Academia Española de la Lengua no se cansa de repetir, el
masculino plural es, en español, genérico, en el sentido de que comprende tanto
los elementos integrantes de género masculino como los de femenino. Quizá sea
machista el que un solo elemento masculino dentro de una multiplicidad de
elementos femeninos haga que el plural en una sola palabra tenga que ser
masculino, pero así son las cosas y así es el idioma, al menos de momento.
En
cambio, el desdoblamiento en masculino y femenino al que tanta afición tienen
los giliprogres lo que produce es que el masculino sólo comprenda masculinos, y
el femenino, femeninos. Resulta, por lo tanto, excluyente: si una persona de
derechas (por simplificar) se dirige a un auditorio mixto diciendo queridos amigos, los que le escuchan
podrán sentirse incluidos con independencia de su sexo (que no género); en
cambio, si el que habla es un giliprogre
y dice lo mismo, las mujeres ya pueden darse por no queridas, salvo que añada y queridas amigas (porque si dijera queridos amigos y amigas, un giliprogre estricto debería interpretar
que sólo los varones son objeto del afecto del orador).
Viene
todo esto a cuenta de que, tras asegurar la RAE (y van…) que la Constitución española es gramaticalmente impecable
(otra cosa es que, en mi opinión, es jurídicamente muy mejorable… pero vamos,
eso es como la candidata a Fiscal General del Estado, que está cualificada para
el puesto aunque no sea la persona idónea), la egabrense que nos vicepreside se
ha descolgado proponiendo que la cámara baja del parlamento español pase a denominarse sólo Congreso (son el de los Diputados, ya que no le dejan
añadir y Diputadas), porque, se
pregunta entonces, si no, ¿qué hacemos
allí las diputadas?
No
contenta con eso, añadió que si dicen
vicepresidente yo no me siento aludida, añadiendo que las mujeres tienen derecho a que el texto de nuestra Constitución, nos
llame por nuestro género: presidentas, ministras y diputadas. Dejando aparte
el hecho de que, de nuevo, da muestras de que su incultura va mucho más allá de
la Economía y del Derecho (a pesar de ser doctora en esto último), con
semejante afirmación contesta ella misma a la pregunta que se planteaba.
A
hacer el canelo. Al menos, algunas.