A
los partidos de izquierda se les llena la boca con la defensa de ciertos
derechos, colectivos o principios. Luego, la realidad se empeña en demostrar en
que esa defensa queda en nada, en que es de pura boquilla. Porque, o bien son
ellos los que quedan mal –si se critica a una mujer de izquierdas, aunque sea
una perfecta inútil, es una intolerable agresión machista, mientras que si se
dirigen los más infames denuestos e improperios contra una mujer de derechas,
las feminazis de salón callan como
peripatéticas-, o bien se alían con individuos cuya conducta está en las
antípodas de lo que los progres dicen
defender.
Esto
se da, especialmente, en la alianza entre izquierdistas y musulmanes. Los comunistas
españoles, tan defensores del colectivo NoCHe, no muestran ningún escrúpulo en
ser financiados por la teocracia iraní, que rige un país en el que no hay
homosexuales –o eso dicen-… básicamente, porque los han colgado a todos de las
grúas.
Y
los socialistas se ufanan de su defensa de la mujer –cuando cualquier persona
con un mínimo de cultura histórica sabe que si las mujeres votaron en la
Segunda República no fue precisamente gracias a los partidos de izquierdas, que
se oponían-, pero se asocian en Melilla con una formación islamista que
boicotea a una escritora feminista marroquí.
Esos
son sus principios. Si no les sirven para alcanzar sus fines, tienen otros.
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