La
izquierda, al menos en España, no parece haber tenido nunca unas verdaderas convicciones democráticas. Más bien, todo lo contrario. Si por democracia
entendemos no el ejercicio del sufragio activo, como defienden los golpistas catalanes –en tal caso, las credenciales democráticas del franquismo serían
intachables-, sino la conjunción del Estado de Derecho y la libre expresión de la voluntad popular, ya desde su bautizo parlamentario las izquierdas se
enorgullecieron de su disposición a pasarse la legalidad por el escroto cuando tuvieran por conveniente.
La
izquierda española es, pues, totalitaria por esencia. Y precisamente por ello
la coalición que sustenta (en su mayor parte) al Gobierno actual hace unas
declaraciones que, no por falta de originalidad, resultan más aterradoras. En efecto,
esa manifestación de que los hijos no pertenecen a los padres –de donde se deduce que pertenecerían al Estado- ya
fue realizada décadas atrás por los dos peores totalitarismos que el mundo ha
conocido: el nacionalsocialista y el soviético.
¿Y
todo ello por qué? Pues porque, ante el nada disimulado propósito
socialcomunista de lavar –o de ensuciar, vistas las cosas con las que persiguen
adoctrinar- el cerebro a los niños desde su más tierna infancia, la derecha ha
puesto, siquiera inicialmente, pie en pared, promoviendo el llamado pin parental, que permitiría a los
padres decidir qué educación de valores reciben sus hijos.
La
izquierda, naturalmente, ha reaccionado airada, además de haciendo chistes
malos (como el de que a sus niños no se les enseña el arte barroco porque ellos
son más bien neoclásicos), y amenazando con aplicar el artículo 155 de la
Constitución –que probablemente pudieran, puesto que los partidos contrarios a
la Constitución, entre los que incluyo al PSOE actual, gozan de una holgada
mayoría- a Murcia, que es la primera comunidad autónoma en la que esta
iniciativa ha tenido lugar.
Por
otro lado, la rapidez del Gobierno para presentar recursos en algunas materias –como
la que nos ocupa- y, por tanto, de judicializar
la política, contrasta con su desidia en hacer lo propio en otras, como es el
caso de las resoluciones flagrantemente ilegales de la asamblea legislativa
regional catalana.
Para
terminar, otro chiste sobre las declaraciones de las menistras, este sí gracioso: cuando dijeron que los hijos no son de los padres, lo que
quisieron decir es que, en muchos casos, los hijos no lo son de quienes creen
ser sus padres.
Está
visto que todos los hijos de mil padres creen que el resto del mundo participa
de su condición.
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