Los
socialistas nunca han tenido mayores escrúpulos a la hora de colocar a quien
les ha venido en gana en los puestos que sea. Da lo mismo que la persona sea
alguien con una cualificación y carrera propias (caso de Carmen Romero) o un
tuercebotas sin más oficio ni beneficio que ser el hemmano de alguien (no daremos nombres), colocan a quien sea donde
sea.
En
cambio, si la derecha hace algo remotamente parecido, es un caso de nepotismo flagrante
ya que la persona afectada no tendrá más méritos que ser cónyuge, pariente o
conocido del cargo público de que se trate.
Viene
todo esto al hilo del nombramiento del nuevo embajador de España en Francia. Vale
que el Hexágono ya no es lo que era, pero París sigue siendo un destino de lo
más apetecible (además de mi ciudad favorita). Y claro, si nombran para el
puesto a alguien que, aunque diplomático de carrera, aún se encuentra en los
primeros estadios de esa carrera, uno (cuando digo uno no me refiero a mí, puesto que desconocía al sujeto, sino a los
que entienden del tema en general, y a los miembros de la carrera diplomática
en particular) empieza a preguntarse qué otros méritos atesorará.
Y
como la hemeroteca es muy mala, uno (esta vez sí soy yo) se encuentra con que
ha sido el muñidor de la agenda internacional de Sin vocales. Y claro, eso alimenta egos (el del nuevo embajador,
que aspiraba a ser ministro de Exteriores), pero también despierta celos; celos
de los otros asesores aúlicos (que no
sé exactamente lo que significa, pero que sé que les cuadra como anillo al
dedo), pero también del asesorado, que es consciente de lo poco que vale y no
le gusta que nadie se lo recuerde, siquiera indirectamente.
Y
para eso, lo mejor es quitárselo de encima. Claro, que eso despierta
suspicacias y resquemores entre quienes conocen las circunstancias, saben de personas con más
méritos y son conscientes, por lo tanto, de la cacicada cometida.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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