miércoles, 5 de febrero de 2020

Oh, lá lá...

Los socialistas nunca han tenido mayores escrúpulos a la hora de colocar a quien les ha venido en gana en los puestos que sea. Da lo mismo que la persona sea alguien con una cualificación y carrera propias (caso de Carmen Romero) o un tuercebotas sin más oficio ni beneficio que ser el hemmano de alguien (no daremos nombres), colocan a quien sea donde sea.
En cambio, si la derecha hace algo remotamente parecido, es un caso de nepotismo flagrante ya que la persona afectada no tendrá más méritos que ser cónyuge, pariente o conocido del cargo público de que se trate.
Viene todo esto al hilo del nombramiento del nuevo embajador de España en Francia. Vale que el Hexágono ya no es lo que era, pero París sigue siendo un destino de lo más apetecible (además de mi ciudad favorita). Y claro, si nombran para el puesto a alguien que, aunque diplomático de carrera, aún se encuentra en los primeros estadios de esa carrera, uno (cuando digo uno no me refiero a mí, puesto que desconocía al sujeto, sino a los que entienden del tema en general, y a los miembros de la carrera diplomática en particular) empieza a preguntarse qué otros méritos atesorará.
Y como la hemeroteca es muy mala, uno (esta vez sí soy yo) se encuentra con que ha sido el muñidor de la agenda internacional de Sin vocales. Y claro, eso alimenta egos (el del nuevo embajador, que aspiraba a ser ministro de Exteriores), pero también despierta celos; celos de los otros asesores aúlicos (que no sé exactamente lo que significa, pero que sé que les cuadra como anillo al dedo), pero también del asesorado, que es consciente de lo poco que vale y no le gusta que nadie se lo recuerde, siquiera indirectamente.
Y para eso, lo mejor es quitárselo de encima. Claro, que eso despierta suspicacias y resquemores entre quienes conocen las circunstancias, saben de personas con más méritos y son conscientes, por lo tanto, de la cacicada cometida.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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