Todos
los años pienso no voy a escribir sobre
la entrega de los premios Goya. Todos los años acabo escribiendo sobre el
tema. Este año no va a ser una excepción.
En
general, el mundo del cine español
está lleno de impresentables. Fatuos, pagados de sí mismos (sí, ya sé que he
venido a decir dos veces lo mismo), dispuestos a pontificar sobre lo que sea
como si supieran de qué están hablando y prestos a descalificar tildando de fascistas a aquellos que discrepan.
Como
en todo, hay excepciones: gente de derechas, como el fallecido Alfredo Landa;
gente que disparaba contra todo, como el fallecido Pepe Sancho; gente elegante
y con clase, como Antonio Banderas, a quien la fama no se le ha subido a la
cabeza, sino todo lo contrario, y que tras ganar el Goya al mejor actor lo que
dice es que volver a Los Ángeles a los Oscar con mi hija y mi exmujer va a ser muy bonito.
Y
luego, claro, están los jetas. De esos hay que tienen talento, y hay que no lo
tienen salvo para vivir a costa del contribuyente. Está Pedro Almodóvar, que
tiene el cuajo de decir que le da vergüenza
pedir dinero al Estado pero el cine español lo necesita. Y está Eduardo Casanova,
que tiene la desfachatez de decir que su mierdícula Pieles (un presupuesto de más de un millón de euros para una
recaudación de ochenta mil euros y un público de quince mil espectadores) no recibió subvenciones, cuando le cayeron del cielo –es decir, del bolsillo de
todos y cada uno de los españoles- doce mil euros para llevar su película a la
Berlinale.
Es
lo de siempre: o se considera el cine una industria, como hacen en Estados
Unidos, o se considera un arte. Si lo primero, que rijan los criterios
empresariales; si lo segundo, que trabajen… por amor al arte, no por la pasta.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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