miércoles, 18 de diciembre de 2019

Difama, que algo queda

Uno de los ejemplos más palmarios de la ley del embudo (también llamado doble rasero) que la izquierda española aplica sin contemplaciones es el hecho de los políticos involucrados en algún caso de presunta corrupción.
Si el político es de derechas, se aplica la presunción de culpabilidad, se le estigmatiza, se exige su dimisión y, en general, se le hace la vida imposible, al tiempo que se extiende la calificación a todo el partido al que pertenezca.
Si el político, en cambio, es de izquierdas –y, por lo tanto, como ya sabemos, genéticamente incapaz de cometer un delito (nótese el tono irónico)-, se le aplica la presunción de inocencia, puede seguir ocupando su puesto tanto tiempo como guste y aun cuando sea condenado se defenderá su honorabilidad. En cuanto al partido, aunque los casos de corrupción sean tan numerosos como las hojas caídas en otoño, como las gotas del mar, como los granos de arena en el desierto del Sáhara, se proclamará contra viento y marea que se trata de casos aislados. Docenas, cientos, miles de casos… pero aislados.
Un buen ejemplo lo hemos tenido hace poco en la comunidad autónoma de Madrid. Su presidente, la popular Isabel Díaz Ayuso, fue víctima de esto que acabo de señalar. Su difunto padre estuvo de alguna manera relacionado con una empresa pública en la que, aparentemente, se había cometido algún tipo de chanchullo. No había ni prueba ni indicio ni sospecha de que el padre de Díaz Ayuso se hubiese visto implicada, pero eso no le importó a los neoneocom (¿o quizá reneocom?), que la pusieron a caer de un burro.
Hará unos veinte días, la fiscalía anticorrupción archivó la causa interpuesta por los reneocom. ¿Dijeron algo? ¡Cá! ¿Se disculparon, acaso? ¡Quiá! ¿Reconocieron su error? ¡Amosanda! Claro que, como ya sabía de qué pie cojeaban, la política popular no esperaba que lo hicieran, a pesar de que sus acusadores sabían que no había nada y no les importó.
Y es que, de donde no hay, no se puede sacar…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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