jueves, 19 de diciembre de 2019

Guerreros de Troya III: El ocaso de los reyes

En todas las versiones que he leído del mito de Troya –y, podéis creerme, llevo unas cuantas-, prácticamente sólo hay dos constantes: al final, Troya cae… y Agamenón es un capullo sin escrúpulos. Da lo mismo que la historia se cuente desde el punto de vista de los griegos (Homero), de los troyanos (Virgilio), de los hititas (Gisbert Haefs), de uno que pasaba por allí (Fernando Díaz-Plaja), de varios de los anteriores o del propio Agamenón. Da lo mismo que la trama contemple la existencia de las deidades griegas o que se desarrolle en un plano puramente terrenal y humano. Da lo mismo quién muera antes, después o durante.
Aunque, ahora que lo pienso, no es exactamente que Agamenón sea un capullo. Es, simplemente, un político maquiavélico, en el estricto sentido de la filosofía política: se marca un fin, y para él ese fin justifica todos los medios, y cualquier medio. Sólo que en un mundo de héroes, en el que el honor y el respeto a la palabra y a los compromisos es sagrado –al fin y al cabo, en el origen del mito se encuentra la promesa que todos los pretendientes de Helena hicieron de ayudar al que finalmente resultara elegido-, aquél que no sigue ese criterio resulta, por comparación… precisamente un capullo.
Dicho lo cual, Gemmell –los Gemmell, habría que decir, puesto que David falleció antes de terminarlo y fue rematado por su viuda-, además de optar por un punto de vista que podríamos llamar realista –no existe aspecto sobrenatural de ninguna clase (salvo, quizá, las visiones proféticas de Casandra), y el asedio de Troya dura más bien diez meses que diez años, plazo este último que no soportarían ni los sitiadores ni, sobre todo, los sitiados- altera la sucesión que podríamos llamar clásica o canónica de los hechos, cambiando el orden y el lugar de las muertes de algunos personajes principales. Por otra parte, deja en el aire el destino final de alguno de los personajes de la novela, como Xander o el propio Ulises, e introduce de rondón hechos más o menos coetáneos, como ese Gershon que.es indubitablemente Moisés o la destrucción de la isla de Tera.
Como defectos de la versión que he leído, hay malas traducciones (en el texto se habla del Cabo de las Mareas o del palacio del Gozo del Rey, mientras que en los mapas aparecen, respectivamente, Cabo Tides y King’s Joy), errores ortográficos de bulto (como decir que alguien no se ha echo a la mar) e incoherencias, puesto que la Jano es, sucesivamente, una birreme, una trirreme y una galera…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!


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