Sir Winston Leonard Spencer Churchill definió a un fanático como alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.
En este sentido, los marxistas son unos
fanáticos que dejan como tolerantes dubitativos a los mayores integristas religiosos
que hayan existido en la Historia de la humanidad. Da igual el tema de que se
trate o la materia que se vaya a regular, un marxista traerá siempre a colación
las mismas matracas, las mismas monsergas, las mismas sandeces.
Y como por mucha laca que se ponga y mucho
modelito que luzca, la tucán de Fene es una marxista, meterá -con una dicción
entre sincopada y espasmódica- siempre sus gilipolleces habituales, aunque no
vengan a cuenta.
Hace un par de semanas le dio por crear el derecho
al juego de los niños -es de suponer que también de las niñas, y hasta de
les niñes, no vaya a ser que se le enfurezcan la marquesa de Villa Tinaja
y Juanita Petarda-, una tontería como cualquier otra que suelta por esa
abertura de la alcayata que tiene como apéndice nasal.
Hasta ahí bien… más o menos. Lo malo es que ese derecho era con perspectiva de género y adaptado al cambio climático.

No hay comentarios:
Publicar un comentario