A lo largo de estos cincuenta años de democracia -o, al menos, de un sucedáneo aceptable-, hay dos cosas que hasta el sujeto más imbécil y más sectario debería haber aceptado.
La primera, que los partidos secesionistas
nunca se van a dar por satisfechos. Se comenzó con el empleo del término nacionalidades
en la Constitución, y desde ahí todo ha sido un continuo exigir, exigir y
volver a exigir.
La segunda, que un miembro del partido de la
mano y el capullo nunca, jamás, en la vida, ni por asomo, cumplirá un
compromiso adquirido si puede evitarlo. Es más, lo habitual es que prometa una
cosa y haga exactamente la contraria.
Por eso, leer que los jotaporcatos exigen
que se aplique ya la bajada de pantalones (léase, la ley de amnistía) a Cocomocho
para sentarse de nuevo con el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer, es como ver el choque de la fuerza irresistible contra el objeto
inamovible.
Y mientras, España paga los platos rotos.

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