Tropecé por primera vez con la obra de
Bernard Cornwell un poco por casualidad. Desde que empecé a trabajar, suelo
comprar la prensa en el Vip’s. Hay
tres relativamente cerca de donde trabajo, así que tengo donde escoger. Hará
algo más de diez años que me topé con tres gruesos tomos que contaban, por
enésima vez, la historia del rey Arturo (aunque para mí era la primera versión
escrita después de que yo naciera), aunque con el punto de originalidad (por
entonces) de hacerlo desde un punto de vista, por así decir, histórico (es
decir, intentando situar los hechos en el contexto histórico de la época en la
que se supone que sucedieron): eran las Crónicas del señor de la guerra.
Luego fui sabiendo más de Cornwell,
como que era autor de una serie de novelas bastante conocida ambientada en las
guerras napoleónicas –las de Richard Sharpe-, que ha dado lugar a una serie de
películas en las que, para variar, Sean Bean hace de bueno y no muere (al
menos, de momento).
En cuanto a la serie de la que trata
esta entrada –The Grail Quest en
inglés, Arqueros del Rey en español-
también llegué de manera curiosa, ya que el primer libro que leí fue el último
-1.356-, y sólo al terminarlo
descubrí que existían tres obras anteriores que contaban la vida de Thomas de
Hookton. Cuando termine la trilogía tendré que volver a echarle un ojo, porque
estoy seguro de que, a pesar de que Cornwell repite las cosas para no perder al
lector, se me escapó más de un detalle al leerlo.
Centrándonos en Arqueros del Rey –el título en español está traducido de la edición
estadounidense, ya que el original es Harlequin;
esta disparidad en los títulos va a ser una constante en toda la serie-, cuenta
la vida del protagonista desde que (sin aún saberlo) se cruza con su primo
hasta la batalla de Crécy. En lo que parece ser una constante, Hookton se
enemista con un noble que le hará culpable de no poder alcanzar los objetivos egoístas
del susodicho noble, villano que no recibirá su merecido hasta el final de la novela.
Quizá George R. R. Martin tenga algo
de razón cuando señala que nadie describe mejor las batallas de Cornwell. Sin embargo,
esto es cierto sólo si no atendemos a la visión general, sino al detalle. Es
decir, el lector probablemente no se haga una idea completa de qué ocurrió en
la batalla de Crécy con la que acaba la novela, pero tendrá una idea bastante
aproximada de cómo la vivieron los combatientes individuales de uno y otro
bando.
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