Como ocurre con el título español de
las restantes novelas de esta trilogía, el de la última parte no guarda
relación alguna con el original (que es Heretic).
Pero es que, además, tampoco guarda relación con el tema de la novela: Cornwell
despacha el sitio de la ciudad (el final del mismo, más bien) en apenas veinte
páginas, y diez páginas después el hogar de los burgueses inmortalizados por
Rodin desaparece de la narración para no volver a asomar. Titular toda una
novela sólo por el prólogo roza el ridículo.
Y todo ello cuando el título original,
Hereje, plantea el interrogante de a
quién se refiere exactamente. Quizá al protagonista de la obra, Thomas de Hookton,
a quien por su asociación con una presunta begarda le es aplicada la excomunión
y permanece (por así decirlo) fuera del seno de la Iglesia durante gran parte
de la obra. Quizá a su primo, el Arlequín original (ya que Thomas tomará este
sobrenombre en 1.356), descendiente
de los cátaros y por tanto considerado hereje, aunque se encuentre al servicio
de todo un cardenal de la Iglesia de Roma (lo cual, teniendo en cuenta la época
en que se desarrolla la historia, tampoco es que fuera garantía de atenerse a
la doctrina de Cristo). O quizá a los propios cátaros, de quienes se dan más
datos en la novela.
Cornwell, como suele hacer Stephen
King, no tiene el mayor reparo en cargarse de un plumazo a personajes buenos, incluso algunos que podríamos
considerar como cercanos a la santidad (y dentro de la propia estructura de la
Iglesia, que suele ser tan denigrada por los que escriben sobre esta época;
así, a bote pronto, se me ocurre Ken Follett). Por otra parte, queda explicado
el odio que en 1.356 (ambientada una
década después de esta trilogía) siente el cardenal Bessières hacia Thomas…
aunque el modo en que murió su hermano fuera de lo más insustancial… y aunque
pretendiera hacerle a Thomas lo que Thomas acabó haciéndole. Por otra parte,
Cornwell obvia durante diez años (en la continuidad de su saga, y en el mundo real, lo que tardó en escribir 1.356) la reacción del cardenal a la
muerte de su hermano y la desaparición de su falso Grial. Excusaré al autor y
diré que, con la peste negra campando por Europa, tenía cosas más vitales de
las que preocuparse que de un maldito arquero inglés.
En resumen, una larga historia de algo
más de mil páginas que se lee de un tirón… y que, como dije en el comentario
del volumen anterior, hará que tenga que volver a echar un ojo a su
continuación para aclarar algunos conceptos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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