Hay prácticas que quizá sean
reprobables, pero que se han venido haciendo desde hace mucho tiempo sin que
nadie pusiera el grito en el cielo. Sin embargo, por alguna razón,
probablemente para tapar alguna otra
cosa mucho más importante, en ocasiones los medios de comunicación presentan
como noticia lo que no debería serlo.
Esto ha ocurrido recientemente en la
entrega de trofeos del Gran Premio de China de Fórmula 1. En esta competición –y
también en las de motociclismo- es costumbre, una vez entregados los trofeos,
que a los premiados se les entreguen unas enormes botellas de vino espumoso
(ignoro si tienen denominación de origen o no) –salvo en los países musulmanes,
en los que el líquido que contienen los recipientes no es una bebida
alcohólica- con las que, convenientemente agitadas, prodecen a rociar a todo el
que pase por ahí: otros corredores, jefes de escudería, el público… y hasta las
azafatas, si es que se quedan a tiro.
Como decía, en China ganó Lewis
Hamilton –lo que viene siendo una costumbre desde la temporada pasada-, y una
vez entregados los trofeos procedió a cumplir con el ritual. A la azafata le
cayó encima una ducha de champán… y al morenito
un chorro de críticas de la pertinente asociación feminista y hasta del
prestigioso The Times, que le tildó
de hooligan.
Lo que no entiendo es por qué nadie ha
criticado algo mucho más sexista: que en automovilismo, ciclismo, motociclismo…
haya sólo azafatas, y ningún azafato.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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