Para no perder las buenas costumbres,
los traductores vuelven a titular este quinto (y último) volumen de las
crónicas de las Tierras Bajas como mejor les parece, y sustituyen el Código de la Garra por una profecía final que ni es exacta ni es
correcta.
Por lo demás, el volumen es un poco
más largo que los precedentes, pero se lee igual de deprisa (o más). La tensión
va en aumento y ni los personajes ni el lector tienen apenas un momento de
respiro. Hay también algunos giros argumentales algo sorprendentes, y como de
costumbre hasta los aparentemente más inútiles juegan su papel. Por el
contrario, no me gusta el final. Si alguien que no sea yo lee esto, y sabe qué
tipo de finales me gustan, ya sabrá a qué me refiero. Si no lo sabe, tampoco
voy a destripárselo.
En cuanto a la saga en su conjunto, no
se puede decir que sea demasiado original, incluso teniendo en cuenta aquello
de que no hay historias nuevas, sólo nuevas maneras de contarlas. La autora ha
tomado todas las fantasías de monstruos gigantescos, civilizaciones perdidas y
aventuras infantiles y ha fabricado un cóctel bastante decente. No acaba de
convencerme eso de que todo el mundo, desde la abuela senil a la vecina
vidente, pasando por la madre pluriempleada (o casi) y la genio de las
matemáticas tímidas, se tomen con tanta naturalidad el hecho de que unos
kilómetros por debajo de su casa exista un mundo en el que las plagas de la
superficie no sólo tienen un tamaño gigantesco, sino que además son seres
inteligentes.
También hay que destacar que, bajo esa
apariencia de literatura juvenil, Suzanne Collins deslice temas que van desde
la guerra preventiva hasta el genocidio, los ataques bacteriológicos o la
destrucción de civilizaciones.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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