Hace unos veinte años, el Barcelona
para mí no era ni fu ni fa. No me caían simpáticos, pero tampoco mucho peor que
el Real Madrid. Todo cambió, sin embargo, en un partido de baloncesto entre
ambos conjuntos, en el que la afición culé se dedicó a corear una y otra vez el
grito de Sabonis, hijo de puta. Eso me
sentó especialmente mal. Sin lo hubieran dicho de Petrovic (Drazen, claro, aunque el hermano también era para darle de comer aparte), lo
habría entendido. El yugoslavo era un jugador desequilibrante como no había
dos, pero también un capullo de marca mayor dentro del campo. El lituano, en
cambio, quizá fuera de la piel de Barrabás en su vida privada (como mi hermano me ha indicado la posibilidad de equívoco, aclaro: no estoy implicando que Arvydas Sabonis fuera mala persona mala de la cancha, ni mucho menos: sólo pongo el ejemplo de que quizá, aunque no lo creo, fuera distinto dentro de la cancha y fuera de ella), pero dentro del
terreno de juego parecía la personificación báltica del fair play.
Luego se fue Núñez y empezaron a
llegar presidentes uno detrás de otro, cada uno haciendo bueno a su predecesor
por complicado que pareciera, y claro, les cogí ojeriza. Entre eso y que
tienden a identificarse con Cataluña (como si el Mollerusa, el Figueras o el
Español no fueran también equipos catalanes), la manía que les cogí era cada
vez mayor. Con decir que mis temporadas favoritas era cuando, jugando la Copa
de Europa, eran eliminados en la fase de grupos, por lo que pasaban a jugar la
Copa de la Uefa… donde eran eliminados de nuevo.
A lo que iba. Parece que se cierra el círculo
y que el afamado estríper (se ve que ciertas relaciones le han dejado impronta)
aeroportuario Juanito Lapuerta cuenta con papeletas para volver a ser
presidente del Farça. Y el hombre
dale que dale, excluyendo a los que no sientan los colores del cantón de Hans
Gamper y machacando con lo de nosotros somos Cataluña.
Catetaluña, habría que decir.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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