Es
propio de los seres humanos aplicar la ley del embudo o, como dijo Jesucristo,
ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio (el símil no es del todo
adecuado, pero…). Dado que los políticos, salvo error, omisión u opinión mejor
fundada en Derecho, son seres humanos, es lógico y natural que apliquen la
mencionada ley.
Ahora
bien, los políticos de izquierdas han llevado la aplicación de esa regla a
extremos que podríamos llamar draconianos, por aplicarla hasta extremos difícilmente
tolerables (por aquellos a los que no les es aplicada, se entiende) y de un
modo completamente sesgado e incoherente.
En
efecto, los neocom defendían que
cualquier político que fuera investigado en el curso de un procedimiento
judicial debería dimitir de todos sus cargos, para no manchar con su eventual
culpabilidad el ejercicio de la política (la justificación es de mi cosecha,
aunque estoy seguro que los podemitas la acogerían encantados). Más aún si el
político en cuestión era de derechas, puesto que vendría a ser ontológica y
genéticamente culpable (a diferencia de los de izquierdas, que según Garzón el joven son genéticamente incapaces de
delinquir).
Cuando
el político es de izquierdas, en cambio, no tiene por qué dimitir, ni aún
siquiera en el caso de ser condenado. Un político de izquierdas es siempre
inocente de cualquier delito que se le impute; de ser culpable, siempre tendrá
una justificación que sostenga sus actos; y de no haberla, la culpa será de los
tribunales, trufados –como es bien sabido- de gente reaccionaria e intolerante.
Y
aún en el caso de que un podemita renuncie a la Diputación Permanente y deje así de estar aforado, siempre vendrá el
indómito líder en su socorro defendiendo su inclusión de nuevo en las listas
electorales, a pesar de ser objeto de una investigación judicial.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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