Tarde,
mal y poco, la Justicia solventó (es un decir, porque el archivo de la causa,
creo recordar, ha sido recurrido) el tema de las ofensas a España, su Rey y su
himno con motivo de la última final de la Copa de Fútbol de Su Majestad el Rey,
en la que las aficiones de los dos contendientes, Athletic Club de Bilbao y Fútbol
Club Barcelona, rivalizaron en pitar más y más alto mientras sonaban las notas
de la Marcha Real y el matonesco presidente del consejo de gobierno de la
comunidad autónoma catalana exhibía una sonrisita apenas disimulada.
Dado
que uno de los finalistas repite, esta vez parece que se ha querido poner la
venda antes de la herida y, al menos, se ha prohibido la introducción de banderas estrelladas (que, dado que no representan a la Comunidad Autónoma de
Cataluña y propugnan la independencia de la misma, son inconstitucionales –o ilegales-
y anticonstitucionales). El fútbol no
tiene que convertirse en escenarios de confrontación política, ha dicho Concepción
Dancausa, delegada del Gobierno en Madrid (debería visitar el Campo Nuevo
cuando juega el Farça y estar atenta
cuando llegue el segundo catorce del minuto diecisiete de partido).
Aunque
mucho me temo que se pasen esta prohibición por el epidídimo, la decisión al
menos ha tenido una consecuencia agradable (para los que respetamos a España y
a sus símbolos, quiero decir), ya que el presidente del consejo de gobierno de
la comunidad catalana se ha negado a asistir al partido por la citada
prohibición.
Listo.
Ya sólo queda que otros veintinueve mil novecientos noventa y nueve impresentables
sean también impresentados.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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