Lo
que voy a comentar sólo se explica por una extraña confluencia entre la
libertad de expresión y la protección de los derechos de autor. Tiene que ver,
cómo no, con la izmierda que rige los
destinos (funestos como el comienzo del reinado de Witiza, a lo que parece) del
ayuntamiento de la Villa y Corte.
Cuando
la estríper aficionada y sus acompañantes entraron en la capilla de la Complutense,
llevaban pintado en sus torsos palabras como violenta, bollera, puta, libre o lesbiana
(palabras que no podrían haberse leído de no haberse despojado de –al menos-
parte de su ropa), y leyeron un texto en el que aparecían esas mismas
expresiones.
Ahora,
la fiscal encargada del caso ha señalado, con tanta valentía (teniendo en
cuenta la dictadura de lo políticamente correcto) como concisión, que Es obvio que las señoritas están en su
derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero
esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse
allí el Sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra su Dios, implica
un ánimo evidente de ofender.
Naturalmente,
la retroprogresía en pleno, con los neocom a la cabeza, han cargado contra
la fiscal. Sorprendentemente, el fiscal jefe de Madrid salió en defensa de su compañera –si bien con esa verborrea confusa y profusa que tan alejada está de
la empleada por su subordinada-, al igual que Esperanza Aguirre, que ha
señalado lo obvio: la fiscal no se ha inventado nada ni califica de nada a
nadie (en cualquier caso, las asaltacapillas ya se habrían descrito a sí
mismas, con sus actos y con sus palabras).
La
edil neocom ha reiterado que nunca tuvo la voluntad de ofender. La fiscal,
probablemente, tampoco: se ha limitado a ser descriptiva, no de las que
delinquieron –que, probablemente, también-, sino de sus actos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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