He
de reconocer que desde que supe del nombre y apellido de esta explotadora
infantil –porque eso es lo que es, utilizar a su hijo como pretexto político-,
de esta pijiprogre de manual (desde
Engels, es tradicional que los de familia más que acomodada se metan a
revolucionarios… pero eso sí, sin abandonar las comodidades que les
proporcionan las riquezas amasadas por sus explotadores antepasados), desde
hace mucho, digo, me moría de ganas de hacer el jueguito de palabras que da
título a esta entrada.
En las
fechas previas a la apertura de la Legislatura por Su Majestad el Rey, esta
déspota iletrada se permitió compararse con la reina consorte. Además de
tutearla –algo muy progre y muy moelno, pero completamente fuera de
protocolo-, previno a doña Leticia que se preparase para insultos sin límite (es de suponer que no quería decir que desde el
rebaño neocom) si llevaba a sus hijas al Congreso.
En
plan como a mí me pasó, a ti te va a
pasar lo mismo, vamos. Pero esta gaznápira (me refiero, claro está, a la
diputada, no a la madre de la Princesa de Asturias) no parece haberse dado
cuenta de que hay una pequeña diferencia:
el hijo de Bescansa fue en condición de hijo
de (es decir, contraviniendo el mantra podemita
de que ellos no están allí por ser hijos de nadie), mientras que la Reina
va más bien en condición de madre de.
Es decir, tanto la Princesa de Asturias como su hermana tienen entidad
suficiente (más aún: sobrada) para ir por sí mismas. O, por decirlo de otra
manera, si van al Congreso es porque están trabajando,
y no montando un circo, como la madre lactante.
Es
lo que ocurre con la gente no acostumbrada a pensar, sino a rebuznar lo primero
que cruza su espacio intracraneal: que cuando tienen que ejercitar la neurona,
patinan de mala manera. Así, Bescansa, al ser criticada por compararse con la
Reina, salió con un los niños son niños con independencia de que sean hijos de quien sea.
Y tú
una gilicoños, por muy temprano que te levantes.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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