Básicamente,
la causa del fracaso escolar en España –o el fracaso de los sistemas
educativos, teniendo en cuenta que todas las leyes aplicadas (que no aprobadas)
han sido socialistas- es sólo una: se ha desterrado la cultura del esfuerzo.
Cuando
comencé la EGB, éramos cuarenta y uno en clase. En doce años, jamás bajamos de
treinta y siete o treinta y ocho alumnos. Los profesores decían que nunca
habían visto una clase tan competitiva como la mía –ojo, no todos eran genios:
había gente que sacaba siete sobresalientes por evaluación, entre los que me
incluyo, pero también los había que sacaba siete suspensos-, y no creo haber
salido con ningún trauma del colegio porque se nos exigiera aprender. De los deberes,
ni hablamos: era algo que dábamos por sentado, y a veces incluso hacía más
deberes de los asignados, sólo para ir adelantando materias.
Sin embargo,
la calidad educativa –no digamos la de los libros de texto, cada vez menos de texto- ha decaído, como el número de
alumnos por clase, el nivel de exigencia y el respeto a los profesores, tanto
por parte de los alumnos como de sus padres.
En la
universidad ha ocurrido otro tanto. Se ha asumido que la educación universitaria
es un derecho universal, y que no cursar una carrera (lo de aprobarla es tema
aparte) es poco menos que un fracaso vital. Así ha habido gente que se ha
tirado lustros y lustros para aprobar una carrera.
Pero
el remedio estaba al alcance de la mano: ha bastado la subida de las tasas
universitarias para mejorar las notas y el porcentaje de aprobados. Y es que
cuando uno se está jugando su propio dinero (o el de su familia) tiende a
tomarse las cosas un poco más en serio.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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