Los
políticos en general –salvo, quizá, ese presidente de Uruguay que salió del
puesto tan pobre como entró, aparentemente- son gente profundamente hipócrita. Es
decir, piden a la gente esfuerzos y sacrificios que ellos raramente, no ya
afrontan, sino que siquiera se plantean el hacerlo.
Esto
es especialmente hiriente en el caso de la izquierda. Iba a decir española, que es la que mejor conozco,
pero luego me he puesto a pensar en los Castro, Ortega, Chávez, Maduro, Morales
y demás compañeros mártires, y he caído en que parece ser algo consustancial a
esa ideología política.
Cuando
sale el tema, mis interlocutores discrepantes me preguntan si estoy en contra
de que los de izquierdas ganen dinero, e incluso que se hagan ricos. Mi respuesta
es invariable: no estoy en contra, pero lo que no me parece de recibo es que
sigan predicando el reparto de la riqueza, pero no lo hagan con el ejemplo. Es decir,
que prediquen el reparto de la riqueza… ajena.
Lo
peor (y lo más hilarante, en plan me río
por no llorar) es cuando demuestran tener todavía menos vergüenza que
escrúpulos. Es el caso de la calientacamas
de Galapagar, esa que aspira a futura líder de la extrema izquierda y
eventual vicepresidente del Gobierno de España. Vive en un casoplón que a saber
cómo ha financiado, tiene dos hijos y otro en camino, y se permite pontificar
sobre las dificultades de crear y criar una familia en España, al tiempo que
critica los alquileres abusivos. Naturalmente, le cayeron palos de todos los colores.
Eso,
por no hablar de que las que van camino de cargarse el mercado del alquiler son
sus propuestas y medidas.
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