De
acuerdo con lo indicado en su propia página web, el Instituto Cervantes es la institución pública creada por España
en 1991 para promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del
español. Lo que resulta triste es que esa promoción universal tenga que comenzar, casi (o sin casi), por la propia
España.
Porque
es así. En amplias porciones del territorio patrio, el único idioma que según
la Constitución todos los españoles tienen el deber de conocer y el derecho a
utilizar está marginado, arrinconado y hasta perseguido. Aunque sólo fuera por
sentido práctico –con las lenguas regionales cooficiales no se puede ir mucho
más allá de Ribadeo, San Juan de Luz o el extremo septentrional de la calle
principal de Andorra la Vella-, el dominio del español debería ser de sentido
común.
Pero
no. Resulta que, con la llegada de un filogolpista, cuyo nombre no me he
molestado en retener, a la presidencia de la Cámara de Comercio de Barcelona,
se ha decidido suprimir el español. Que un pueblo tan arquetípicamente apegado
a la pela como el catalán cometa
semejante dislate en términos económicos (vamos a simplificar: un mercado de
cinco millones contra uno de quinientos) demuestra hasta qué punto tienen
sorbido el seso algunos en esa esquinita de España.
O,
como dice el Instituto, lo que han hecho es de paletos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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