Viendo
episodios de Forjado a fuego, uno
aprende algunas cosas sobre metalurgia. Entre ellas, que golpear el hierro
demasiadas veces, o demasiado fuerte, puede resultar contraproducente si lo que
se pretende es conseguir un buen resultado final. Los golpistas catalanes no
parecen conocer este principio elemental.
Viene
esto a cuenta de que a mediados del mes pasado saltó la noticia de que unos
actores filogolpistas se dedicaban a leer en los vagones del suburbano (digo
esto porque la noticia dice metro y,
al menos en las grandes urbes, el ferrocarril metropolitano suele ser, además,
suburbano) una carta redactada por uno de los políticos presos en la que están
completamente ausentes dos de los elementos esenciales para que pueda haber
perdón: la contrición y el propósito de la enmienda. O, en las palabras de Su
Majestad el Rey don Juan Carlos I tras romperse la cadera en Bosstwana, lo siento mucho, no volverá a pasar.
Porque
esta misiva no sólo no muestra en más mínimo signo de arrepentimiento o pesar
por el delito cometido, sino que además insta a volver a cometerlo. Vamos, lo
que viene siendo contumacia.
Y
claro, la gente, salvo los más exaltados, ya empieza a estar un poco hartita. Cuando
uno va en el transporte público, de camino al trabajo o de regreso del mismo –no
digamos ya si el viaje es de ocio-, de lo que menos tiene ganas es de que
vengan a darle la matraca con toda la pamema independentista. Pamema que,
además, tiene pleonasmos a cascoporro, como decir que se volverá a ejercer la
autodeterminación de manera unilateral.
Porque, hasta donde yo sé, la autodeterminación (auto… ¿lo pilláis?) se hace siempre de manera unilateral. Si es
bilateral, ya no es auto.
Zoquetes.
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