Si
ayer hablaba de la división en la izquierda española –algo objetivamente
bueno-, hoy toca hablar de algo objetivamente mejor: la división entre los
golpistas catalanes.
Resulta
que el obeso bleferóptico aboga por unas elecciones tras la sentencia por el
golpe de Estado –de lo que cabe deducir que asume que será condenatoria para
él-, y ha cargado contra Cocomocho y
la sediciosa asamblea nacional catalana.
La
postura de Junqueras resulta lógica: mientras que el del corte de pelo inefable
se encuentra cómodamente exiliado en Waterloo –pero cada vez más corto de
fondos-, y los de la asamblea campan por ahí soltando sus soflamas
separatistas, él se encuentra entre rejas: es decir, de los tres el único que
está pagando por lo que hicieron es él.
Es
lógico que, por un principio de solidadidad, pretenda que los demás compartan
su situación.
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