Los
catalanes pata negra siempre se han
visto a sí mismos como parte de la región más moderna, más vanguardista, más
adelantada de España (por no decir de Europa o, ya puestos, de todo el Universo
y parte del extranjero).
Dejando
aparte que el secesionismo catalán está ahora trufado de charnegos acomplejados
–apellídense Hernández o Rufián-, que exhiben el fanatismo del converso en lo
que parece ser un intento de hacerse perdonar el tener los orígenes más allá
del Ebro, la actitud de cerrazón mental que exhiben los más exaltados de ese
movimiento ombliguista resulta, sobre todo, profundamente antieconómica.
Porque
si Cataluña prosperó económicamente fue, precisamente, gracias al
proteccionismo establecido por el tan denostado gobierno de Madrit, empezando por el llamado arancel
Cambó y terminando por el hecho de montar allí las industrias durante el
franquismo.
Pero
las cosas cambian, y ahora se ve a los turistas –que, en Cataluña como en el
resto de España, son una de las principales fuentes de divisas- como enemigos.
No contentos con haber ahuyentado a las empresas con su secesionismo de
opereta, ahora quieren quedarse solos, con la barretina atornillada y mirándose
el ombligo. Para conseguirlo, uno de los últimos pasos ha sido que las
asociaciones de vecinos pidan a los turistas que no hablen de Barcelona.
Pues
con su pan se lo coman. Con tomate quizá, pero no con jamón, que es producto ibérico.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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