Cuando
irrumpieron en la política de partidos, los neocom
se presentaron como adalides de la nueva
política: ellos, dijeron, no eran parte de la casta, sino de la gente,
y a esta gente dedicarían sus afanes
y sus desvelos. Su actuación posterior se ha encargado de dejar en evidencia
tan impostadas proclamas.
Ya
sea cargando a las arcas municipales los gastos en fijador capilar o colocando
en puestos de libre designación a todo tipo de familiares, sea por consanguinidad
o por afinidad, estos neófitos de la
política han demostrado una gran predisposición para aprender todos los trucos
y mañas de la profesión, y se han
dedicado a ejercitarlos con gran aprovechamiento (para ellos, claro).
En
lo que no han necesitado ningún máster, porque esa materia ya la traían bien
aprendida de casa, ha sido en lo de mentir descaradamente. Resulta que en La
Rioja, como premio por apoyar la
investidura del candidato (o candidata, ahora no recuerdo y, la verdad, no
tengo ganas de mirarlo, porque ¡tanto da!), los morados han recibido una consejería. Como persona que ocupara tan
alta dignidad regional no nominaron a la única representante neocom en la asamblea legislativa
regional, sino ¡oh, casualidad! a la pareja del líder regional de la formación.
Al
día siguiente de anunciarse su nombre, la interfecta renunció a ser consejera. Según
ella, con el propósito de conciliar su
vida personal, laboral y familiar… algo de lo más respetable, pero bastante
poco progre, la verdad (¿qué se hizo
de la liberación, el empoderamiento, la igualdad y demás pamemas feminazis?). En realidad, es que los
socialistas la vetaron, porque (nada infrecuente en sus compañeros de partido)
tiene un cierto historial penal: ha sido condenada por un hurto en una tienda
de Logroño y por conducir sin el seguro obligatorio, y tiene un expediente
abierto por las ayudas recibidas para la puesta en marcha de un centro de ocio
infantil en Logroño.
Una
joyita, vamos. Otra más.