Cuando
fue legalmente evidente que era inevitable que en Noviembre los españoles
fuéramos de nuevo convocados a las urnas, procuré aislarme del tema. Si no veo
los sedicentes debates electorales (en realidad, generalmente son una sucesión
de monólogos) por no hacerme mala sangre –a los propios no tengo por qué
escucharlos, los ajenos me sacan de mis casillas, y a unos y a otros los tengo
más que vistos-, mucho menos iba a sufrir soportando el arranque de la
precampaña electoral.
Pero
enterarme de cosas fue tan inevitable como las elecciones. Entre otras cosas,
porque convivo con mi padre, algo duro de oído pero que en general se niega a
ponerse los pinganillos; y cuando se
los pone, tampoco es que le sirvan de gran cosa. Resumiendo, que la tele estaba
puesta y el volumen estaba alto. Así que, salvo que me hubiera tapado la
cabeza, era imposible no oír las noticias; y, dado que eran todavía las nueve
de la noche, no era cosa de acostarme ya, ni tampoco de irme a dar una vuelta
por ahí.
Lo
de Sin vocales ya fue el acabóse. Logró,
en una sola comparecencia, concitar todos los defectos que afean a los
socialistas: no decir una cosa cierta ni por casualidad, echar la culpa de los
errores propios a los demás, atribuirse méritos ajenos, utilizar en beneficio
propio los medios públicos (lo que viene llamándose uso partidista de las instituciones, vamos), no seguir las reglas
del juego democrático (en esto, siguen fielmente la consigna establecida por el
fundador del partido que tantas veces he citado aquí y que, por una vez, no voy
a repetir)…
Mientras,
el líder del principal partido de la oposición –por votos y por escaños-
trasladaba al jefe del Estado, Su Majestad el Rey, que la formación que preside
mantenía el no a la investidura del dctr Snchz, y advertía a éste de que,
aunque confíe en una mayoría rotunda,
las elecciones las carga el diablo.
Y
puesto que Pierre Nodoyuna pide a los
españoles que hablen más claro, por
una vez (no es la primera ni será la última, pero sí son poco habituales) voy a
cambiar la despedida de esta entrada, y así diré, alto y claro
¡MÁRCHESE, SÁNCHEZ CASTEJÓN!
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