Suele
ser costumbre entre los populistas hispanoamericanos (no digo iberoamericanos porque, hasta donde yo
sé, los brasileños guardan silencio en este tema) achacar todos los males de su
situación presente, no a la inepcia de las clases dirigentes durante los dos
últimos siglos, sino a la oprobiosa conquista y exterminio realizada por los
genocidas e intolerantes invasores españoles. Que los que profieren semejantes
denuestos tengan, en general, más sangre blanca
que indígena parece no importarles en
lo más mínimo.
Sin
embargo, como se refleja –entre otras- en la película Apocalypto, del a menudo incómodo Mel Gibson, la situación en la
América precolombina distaba mucho de ser ese idílico edén que los del párrafo
anterior intentan pintarnos. Como en casi todas las partes del mundo, los
imperios al otro lado del Atlántico (y había unos cuantos) se edificaron y
mantuvieron a sangre y fuego. Por ello, tampoco acabo de entender del todo que
sea noticia el que los sacrificios masivos de niños fueran un ritual habitual en el antiguo Perú.
¿Que
los españoles nos cargamos el edén? Anda ya…
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