Lo
habitual entre los progres –al menos, los españoles, que son los que tengo más
cerca- es que cualquier suceso, opinión, declaración, proclama, iniciativa… lo
que sea, que no esté de acuerdo con sus postulados, sea inmediatamente
descalificado en términos denigratorios: si se critica a una mujer, se es un
machista; si se critica a un extranjero, se es xenófobo; si se critica a
alguien que no sea de raza blanca, se es racista; y así sucesivamente (no
quiero ni pensar en lo que ocurre cuando criticas a una extranjera que no sea
blanca).
Es
decir, convierten las críticas ad hominem
(o ad mulierem) en descalificaciones
genéricas: si yo digo que doña Rojelia es
una inútil y una sectaria, no estoy criticando a todos los jueces, ni a todas
las mujeres, ni a todos los que tienen ideología comunista, sino únicamente a
una comunista que primero fue juez y luego alcaldesa de Madrid, con resultados
mejorables en ambos desempeños; si digo que Barack Hussein Obama era más
fachada que contenido, no estoy criticando a los mulatos, ni a los
estadounidenses, sino únicamente a la persona que trabajó en el Despacho Oval
entre 2.008 y 2.016. Y así sucesivamente.
Vamos
a los casos recientes. En la víspera de la final del campeonato del mundo de
baloncesto, que se jugó entre España y Argentina, un tal Manolo Lama (cuyo
nombre me suena vagamente, pero al que no sería capaz de poner cara) tuiteó lo
siguiente:
España-Argentina, ni un solo jugador de color. Antes basket era igual a músculo, ahora ya no
El
titular era El inclasificable tuit racista de Manolo Lama a cuenta de la final del mundial de baloncesto. El redactor
incurre en una contradictio in termini,
puesto que declara que el tuit es inclasificable y, dos palabras después, lo
clasifica como racista. Por lo visto,
el tal Lama es un gilipollas por muy temprano que se levante (el baloncesto,
además, más que de músculo ha sido tradicionalmente cuestión de centímetros),
pero tampoco es de recibo que cada vez que la raza interviene en una
conversación, se tilde de racista a
conveniencia a alguno de los intervinientes. Con haber dicho El desafortunado tuit de Manolo Lama
etcétera (y desafortunado sólo porque
vivimos en unos tiempos de corrección política exacerbada en la que algunos se
soliviantan sólo porque otro abra la boca), todo arreglado.
Es
como otro mamarracho, Ignacio Escolar, que repite la pamema progre de que a Ana Julia Quezada (la
asesina del hijo de su pareja) se la odia por ser mujer, inmigrante y negra (la
tríada que mencionaba antes). Para empezar, a esa mujer no se la odia: se la
aborrece, se la detesta, se la desprecia… pero, como leí hace ya un par de
décadas, odiar a alguien es darle demasiada importancia. E inspira esos
sentimientos, sobre por ser una asesina, por ser una hipócrita consumada, una
desalmada, una aprovechada y muchas otras perlitas
semejantes.
Así
lo entendió el jurado popular que la condenó, por unanimidad, por asesinato con alevosía.
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