A
lo que unos llaman ecologistas coñazo
(por lo pesados que son), otros ecologistas
sandía (verdes por fuera y otros por dentro) y otros más ecolojetas (por la cara dura, de
hormigón armado, que exhiben), habrá que ir pensando en llamarles,
directamente, ecologilipollas o ecolomemos (por las sandeces que son capaces de
soltar y la estulticia profunda que demuestran sus actos).
Viene
esto a colación por las noticias que han saltado a los medios a finales del mes
pasado y comienzos del corriente. Para empezar, un dúo de interfectas que dan
la impresión de necesitar una buena ducha, primero, y un espejo, después (mira
que son feas, las condenadas), declararon, como representantes de un sedicente santuario vegano (¿es que las plantas no
sufren acaso?, me pregunto; pues no, de acuerdo con esta panda de iluminados, las plantas ni sienten ni padecen), que habían separado a las gallinas de los gallos
porque los segundos violan a las
primeras (así, como suena). Luego, en el colmo del delirio, hablaron de plantas que comen gente.
Naturalmente,
la mofa, befa y rechifla no se hicieron esperar, desde presuntos manifiestos de
asociaciones de gallinas que pedían que les dejaran copular tranquilamente con
los gallos hasta fotos en los que un pepinillo aparece ensartado en el agujero
de una aceituna deshuesada, en lo que podría interpretarse como una violación
por el primero de la segunda.
Por
otra parte, un avicultor tuvo que poner los puntos sobre las íes: las gallinas
ponen huevos haya gallos o no (igual que las mujeres producen óvulos haya hombres
o no, aunque a lo mejor las lumbreras veganas
no se han enterado), no ovulan cada veintiocho días, sino cada veintiocho horas
(para ser tan amantes de los animales, las veganas son peligrosamente
antropocéntricas) y sus condiciones de vida son razonables.
Y
es que la ignorancia es muy osada. Es conocido el caso de granjas de visones en
las que los animamemos liberan a los
animales, con la consecuencia de que, por ser visones americanos, eliminan
progresivamente a los europeos autóctonos. La versión actual ha sido que, tras
liberar los animatontos a las conejas
de una granja, un centenar de sus crías murieron desamparadas.
Curiosa
manera de demostrar el amor a los animales…
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