No por nada, a los giliprogres les antepongo el prefijo que denuncia su estulticia. Porque, si como decía en Forrest Gump el personaje que daba título a la película, tonto es el que hace tonterías, habrá que concluir que son tontos de capirote.
Tomemos el asunto de aquellos que derriban,
en América en general, las estatuas de los descubridores y conquistadores
europeos, y la de Cristóbal Colón. Parecen no darse cuenta de que, si ellos
están allí (especialmente los blancos, mestizos y negros), si tienen acceso a
una educación (sobre todo, del Río Grande hacia el Sur), si son capaces de
entenderse entre ellos y con las personas del otro lado del Atlántico, es
porque hace algo más de cinco siglos tres embarcaciones tomaron ruta al Oeste y
acabaron topándose con todo un continente. Dicho de otra manera, y poniéndolo
en tiempo presente: si no hubiéramos ido, ellos no existirían.
Por eso está bien que, aunque probablemente
lo haga por razones no del todo correctas (con este hombre, casi ninguna lo
es), el presidente estadounidense, Donald Trump, haya ensalzado al héroe (ejem,
que el almirante de la Mar Océana tenía un lado oscuro) Cristóbal Colón frente
a quienes deshonran su legado, y haya declarado que están en eterna deuda con
él.
Se puede decir más alto, pero no más claro.

 
 
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