A aquellos que cuestionan la monarquía en España no les vale la respuesta relativa al papel moderador y de árbitro de la Corona, ni tampoco a la impagable labor de representación, alejada -en principio- de banderías partidarias.
Tampoco les valdrá el que resulte mucho más
barato tener una familia real, que en principio tiene la vida solucionada desde
la cuna, a un presidente de la república que cambiaría cada cierto tiempo y
que, latinos somos, buscaría enriquecerse en el tiempo en que estuviera en el
poder. A los que critican las pingües comisiones que Juan Carlos I obtuvo
tampoco les valdrá que se les mencione que esas comisiones fueron como
consecuencia de conseguir para España o para empresas españolas importantes
contratos.
Por lo tanto, la única función que queda a Su
Majestad el Rey don Felipe VI, a quien Dios guarde muchos años tampoco les hará
gracia, puesto que les señala directamente. ¿Y qué función es esa?, te
preguntarás, querido lector.
Pues la de un infalible detector de imbéciles.

 
 
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