Cuando murió el Generalísimo y llegó la democracia a España, el partido de la mano y el capullo tuvo, por fin, ocasión de alcanzar el poder de manera legal y legítima… cosa que, en su entonces centenaria historia, todavía no había ocurrido.
Aunque los españoles se equivocaron alguna
que otra vez (Guerra dixit), al final lo lograron en 1.982, con una mayoría
aplastante que no se ha vuelto a repetir. Las personas que integraron los
sucesivos gobiernos del gonzalato habían sido formadas dentro del sistema
educativo del franquismo (algunos, incluso, habían ocupado puestos relevantes
durante el mismo). Se podría decir, por tanto, que habían sido formadas, a
secas.
Por ley de vida, las dos ocasiones siguientes
en las que han detentado el poder, los sucesivos ministros han sido, cada vez
en mayor proporción, personas que han tenido que padecer los sucesivos
engendros legislativos en materia educativa que los gobiernos socialistas han
ido excretando (para una vez que la derecha logró aprobar una reforma de la
materia, los rectores socialistas se negaron a aplicarla y acabó
languideciendo). Esto ha llegado a su culmen -no diré límite, porque toda situación
es susceptible de empeorar- con el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer.
Es decir, que por mucho relumbrón que tengan, licenciaturas, másteres y hasta doctorados, en realidad son unos ignaros con diploma. En el caso del psicópata de la Moncloa, además, inspira (de momento) tal pánico en los que le rodean, que nadie se atreve a señalar que el emperador está en porretas. Y, así, felicita a la Guardia Civil con el lema de una serie de Televisión Espatonsa.

 
 
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