martes, 20 de noviembre de 2018

En román paladino

Defender una lengua minoritaria, poco usada y muy localizada geográficamente es una postura encomiable, aunque poco práctica. Como siempre digo, está muy bien saber catalán, pero con él difícilmente vas a llegar más lejos del extremo septentrional de la calle principal de Andorra la Vella.
Lo que ya entra dentro del género estúpido es defender una lengua minoritaria que no es la tuya. Y eso es lo que ocurre con los pancatalanistas en las regiones limítrofes con Cataluña, que en lugar de promover sus lenguas locales lo que hacen es promover el catalán. Les hacen de este modo el trabajo sucio a los liberticidas catalanes. Y es que Quislings los hay en todas partes y épocas.
Lo que ocurre es que, tras la crisis de las banderas, la gente ha empezado a perder el miedo a decir lo que piensa (o a no importarle recibir según qué epítetos de según qué gentuza por decir lo que pinesa), en Cataluña y fuera de Cataluña. Es lo que ocurrió con el jefe del servicio de tramitación administrativa de licencias de obras del Ayuntamiento de Palma, que hasta las narices de tener que aprender catalán (o lo que los filogolpistas consideran como tal) decidió dejar de emitir los informes en catalán y volver a hacerlo en español (algo a lo que, por otra parte, tiene perfecto derecho, digan lo que digan el estatuto de autonomía de Baleares o las ordenanzas municipales de Palma de Mallorca). Para remate dejó una verdad como un templo en la carta que dirigió a un diario regional: Lamento haber perdido el tiempo aprendiendo vuestro catalán; lo debería haber dedicado a mejorar mi inglés.
Desde luego, más lejos sí que habría podido llegar con la lengua de Shakespeare…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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