Este es un tema al que le he dado vueltas muchas veces, y he acabado llegando siempre a la misma conclusión.
Empezando por determinar a qué
entendemos por arte, la mayor parte de las clasificaciones hasta hace
siglo y medio o dos siglos comprendía seis: arquitectura, escultura, pintura,
música, danza y literatura. No voy a incluir, por tanto, en esta clasificación
a la fotografía -que sería, mutatis mutandis, como la pintura-, el cine
(un obvio derivado de la fotografía) o el cómic (una especie de cruce entre
pintura y literatura); mucho menos los videojuegos.
Circunscribiéndonos a las seis
artes clásicas, por lo tanto -y ya no entro si dentro de cada una un producto
determinado es o no arte: para mí, las pinturas de Juan Miró tienen
tanto de arte como yo de archipámpano de las Indias-, creo que el que tiene más mérito es, con gran
diferencia, la música.
Me explico: pintar, esculpir,
escribir, puede hacerlo cualquiera (mejor o peor, pero cualquiera); danzar no
es más que moverse con cierto ritmo (o no, dependiendo de la danza en cuestión);
levantar una construcción sí que tiene mérito (sobre todo, para que no se te
caiga), pero aplicando las reglas de la mecánica es posible.
Pero el músico crea, porque saca algo de la nada: oye la melodía en su cabeza (o improvisa, llegado el caso) y la hace realidad. Es lo más parecido a la Creación, por lo que podría decirse (la metáfora es mía) que la música es un arte casi divino.
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