Que la izquierda española siempre ha sido mala es algo que no ofrece duda para los que somos de derechas y no tenemos complejos. Que con el cambio de milenio su capacidad intelectual ha disminuido drásticamente es algo que hasta los más acendrados defensores de esa ideología criminal y asesina deberían admitir, si fueran honrados consigo mismos.
La gran duda es si son más malos que
tontos o más estúpidos que perversos. Esa incertidumbre se ha acentuado con la
llegada de los neocom al desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer: una panda de memos ilustrados, que se creen mierda y no
llegan a pedo, se han dedicado a decirles a los demás cómo tienen que hacer su
trabajo.
Además de parir (es un decir)
unos engendros legislativos que no hay por dónde cogerlos, que provocan el
efecto contrario a aquél que dicen perseguir y que incluso se vuelven contra
ellos mismos.
Así, en medio de la polvareda
levantada (por la izmierda) con el caso Rubiales, ha saltado a la
palestra la denuncia de un policía antidisturbios contra una independentista por agresión sexual durante la jornada del butifarrendum II, cuando la
interfecta le besó en los labios sin que mediara consentimiento del agente del
orden.
O somos todos iguales ante la
Ley, o rompemos la baraja.
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