Cuando digo que uno de izquierdas es alguien que predica para los demás lo que no se aplica a sí mismo no me estoy refiriendo únicamente a los izquierdistas españoles.
No, la afirmación es extensible a cualquier
otro país del mundo. Y, si hubiera vida más allá de los límites de nuestra pequeña
canica azul, apostaría duros contra pesetas a que mi aserto sería tan
aplicable en esos entornos alienígenas como las leyes de la Física.
Un izquierdista pregonará el reparto de la
riqueza, pero acaparará para sí tantos bienes materiales como le sea posible. Un
izquierdista se declarará, además de rojo, feminista, pero con frecuencia
visitará prostíbulos y acosará laboral y sexualmente a compañeras de partido. Una
izquierdista clamará contra la brecha salarial y defenderá la paridad entre
hombres y mujeres, pero medrará únicamente por ser la pareja de su pareja. Una
izquierdista bramará sobre la violencia contra las mujeres, pero promulgará una
ley que pondrá en la calle a maltratadores y violadores, o les reducirá
sustancialmente las condenas.
Una izquierdista, en fin, podrá ocupar un puesto de juez en la Organización de las Naciones Unidas y tener consideración de experta en derechos humanos… y ser condenada por mantener a su criada como esclava.

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